sábado, 2 de abril de 2011




Fotografía: Elena Stanísheva (c)



ЕL AUTOR Y LA REALIDAD EN EL HAIKU

                       
No respiramos para vivir, sino porque vivimos.
 (un místico)




      El presente artículo trata de echar luz sobre un asunto de fundamental importancia en el arte: la relación del artista como núcleo del proceso artístico con la realidad que lo rodea. En contra de cualquier enfoque que trate de eliminar, soslayar o rebajar su presencia y su categoría en este proceso, confiriéndole el papel de un receptor pasivo de mensajes emitidos por la realidad, el artista es visto como un espíritu único, inspirado y activo quien, creando, aprende a relacionarse consigo mismo, con los demás y con el Creador a través del lenguaje del espíritu que según afirman estas líneas, representa la realidad. La obra artística (en este caso, el haiku) no es vista como una estampa de la realidad, sino como dos cosas intrínsicamente unidas entre sí: por una parte, una  imagen del corazón inspirado del artista bajo la apariencia de estampa de la realidad física y por otra, como un mensaje que el Creador realiza a través de la realidad y que el artista capta, procesa artísticamente y plasma en la obra de arte, todo ello bajo la dirección de la inspiración. En consonancia con la tradición espiritual humanista en occidente, el estudio profundiza y hace un fuerte hincapié en la naturaleza espiritual del ser humano, la cual le confiere una posición única en un universo inanimado, donde está llamado a desempeñar la función de dueño humilde y amoroso. Partiendo de esta base, se intenta superar algunas ideas que  sacralizan la realidad por el mero hecho de la imposibilidad de conocerla y, consiguientemente, por la sensación de abismo que crea esa imposibilidad. Y finalmente, se hacen algunas reflexiones sobre las causas históricas de la decadencia de la espiritualidad en occidente; decadencia que ha permitido enfocar cualqiuer asunto relacionado con lo humano (y siendo el arte uno de ellos) sólo y exclusivamente desde puntos de vista filosóficos, estéticos, socialies,  psicológicos, etc. En contra de esto último se afirma que siendo el hombre un ser espiritual, es una limitación y por lo tanto, un error tratar todo aquello relacionado con él con otra visión que no sea la espiritual; y no sólo esto, sino una visión que no reconzca la posición central y exlcusiva del ser humano dento del universo y la posibiidad que tiene para relacionarse amorosamente con el Creador a través de la realidad.
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      Recientemente he  tratado sobre la exigencia de que en el haiku el artista ¨tiene que salir de sí y fusionarse con la realidad¨ para escaparse de las ataduras del ¨yo¨ y así, restituyendo la armonía perdida con el ambiente, recobrar también su plenitud. Y que los buenos haikus surgen gracias a ese total desprendimiento de sí y unión con lo que nos rodea. He argumentado que ello es imposible debido a una verdad evidente: que dentro del mundo creado, el ser humano es el único ser espiritual; por tanto no puede fusionarse con nada que no lo sea. Y que el hombre participa de la naturaleza únicamente con su cuerpo, el cual es sólo la parte material y visible del hombre completo que es cuerpo y espíritu. Añadí también que este impulso hacia la imposible fusión con la realidad proviene del confundir el ¨yo¨ que es la persona verdadera, digna y plena, portadora de la chispa divina con el ¨ego¨ que es su contrario, una personalidad artificial e impuesta, en definitiva, la no-personalidad.
         Aquí me gustaría abarcar más ampliamente otra afirmación generalizada: que el autor no aparece en el haiku y que el haiku representa un acto de registro totalmente pasivo y objetivo de una realidad que simplemente ¨está allí¨ sin más. Creo que ello se merece su texto  aparte, aunque este tema fue parcialmente tocado en un artículo anterior.
         La razón fundamental para que aquí y en otros textos míos busque rehabilitar la  figura del autor es porque en mi opinión existe un automatismo generalizado que con una facilidad sorprendente  soslaya o directamente niega el absoluto valor del ser humano como el único ser espiritual en un universo bello y armonioso, eso sí, pero no por ello animado. Se observa una insistencia, creo exagerada,  en que el autor tenga que desaparecer de la escena a la hora de escribir un haiku, dando paso a que la realidad se manifieste tal cual, en su estado puro. Esta extrema formulación crea la impresión errónea de que el ser humano puede desaparecer, cuando ello es imposible, en general y mucho menos, de una obra de arte, donde es el autor. Pero hay algo más: el mismo hecho de utilizar la palabra ¨desaparecer¨ aplicada al ser humano inconscientemente conlleva la idea de su ¨cosificación¨ y de lo ¨inapropiado¨ de su presencia en algunos ambientes que al fin y al cabo se hace eco de muchas doctrinas deshumanizantes donde el ser humano es considerado un nada que proviene de la nada y va encaminado a la nada o, como en el caso del daoismo, no es superior a una piedrecilla o un  trozo de madera seca. Esta percepción rebaja su valor absoluto y emite el mensaje de que la naturaleza le es superior (o como mucho, que el hombre forma parte de la naturaleza, pero sin tener un estatus especial) y que, finalmente, cualquier participación activa del hombre en sus destinos equivale a una agresión. Cualquier acto de la voluntad del hombre es visto bien como carente de sentido, o bien conlleva la sospecha de ser una intromisión en el orden de un Universo bello, armónico y hasta ¨vivo¨ y ¨sabio¨.
        ... Наy que reconocer que  hasta ahora se ha hablado muchísimo del haiku y a cambio, muy poco del haijín. Parece como si su personalidad no tuviera importancia, hasta es molesta en cierta medida, porque se supone que un haiku, como es un fiel reflejo de la realidad, cuanto menos interferencia humana lleve, mejor.  No nos debería interesar quién escribe, sino qué escribe. No mirar el dedo que apunta hacia la luna, sino la luna. Parece una afirmación lógica, pero en mi opinión no es así. Si hemos de adentrarnos en los misterios del taller del artísta, considero muy necesario conocer el haiku no sólo como un hecho, sino desde la perspectiva del proceso creativo gracias al cual al fin y al cabo existe. Si no lo hacemos así, se puede caer en simplificaciones, y clichés y de hecho es lo que casi siempre está ocurriendo. El haiku no existe porque existe la realidad, sino porque existe el hombre, y el hombre inspirado. No mostrar interés en el acto creativo y por consiguiente, en el autor es subestimar  el impulso creador dentro del individuo y la inspiración artística a favor de una despersonalización,  una pasividad y una objetividad que nunca pueden darse en el hombre. Pensando en las causas, este insuficiente interés en el poeta podría provenir del miedo (a proposito, bastante fundado) de no estar fomentando en algunos el afán de protagonismo, o podría ser el resultado de la influencias de la cultura japonesa donde, como sabemos, la individualidad no es vista con buenos ojos; también quizá se pueda dar por la idea generalizada que el haiku es una cosa que puede aprender cualquiera con sólo aplicarse un poco. Si todos pueden aprender a escribir haikus, dirían algunos, entonces ¿qué sentido tiene interesarse en la persona que escribe y en el proceso artístico?. ¿No sería mejor centrarse en las reglas y en el estudio de los clásicos para aprender? Desgraciadamente, no existe la consciencia de que cuando se dice haijín, ello significa una persona con una vocación específica e innata para este tipo de poesía, y no alguien quien sólo siente aficción por ella o/y que haya adquirido los debidos conocimientos.
               En cuanto a la ¨realidad objetiva¨ que, según se afirma, el haijín contempla pasivamente, considero que, al ser el artista el núcleo del proceso creativo, la objetividad en el arte no puede ser otra cosa que una objetividad artística, fruto de las búsquedas de un espíritu inspirado, sano, ardiente y sobre todo, consciente de su valor y sus responsabilidades. Su pasividad no es y no puede ser total; es sólo el acallamiento del ego para que la inspiración pueda unirse la espíritu (el ¨yo¨) y hacer su misterioso, pero no por ello menos intenso y real trabajo interior.
           ...Si realmente quisiéramos llegar al fondo del asunto, no nos conformaríamos con la explicación sin más de que escribir haikus es adoptar una actitud de observación y fiel reflejo de lo que nos rodea. A mi modo de ver, esta visión es incompleta debido a las siguientes cuatro circunstancias : primero, la observación se produce con la intervención de una inspiración que no proviene del hombre, la cual es el elemento decisivo en el acto creativo; segundo, la observación nunca puede ser totalmente pasiva, sino que lleva un elemento dinámico de trabajo oculto del espíritu humano en cooperación con la inspiración; tercero, que los haikus provenientes de la observación no son sólo una estampa de la realidad , sino una estampa espiritualizada que revela verdades del espíritu bajo el aspecto de objetividad; y, finalmente, que la observación de la realidad no es la única vía de donde provienen los haikus, sino que éstos pueden venir inspirados directamente en el poeta, sin vinculación aparente con la realidad circundante.
        Siendo el ser más importante de la creación, y cualitativamente diferente del resto de ella por su condición de ser espiritual, es imposible que al ser humano se le elimine o limite en el proceso artístico y que no se le tenga en cuenta cuando se disfrutan sus obras. Aparezca o no explícitamente en la obra con un pronombre en primera persona del singular, el autor sigue estando presente. El hombre (es decir, el espíritu) no puede desaparecer de ningún lugar concreto porque para el espíritu no existe el espacio y el tiempo. Además, si hablamos de las obras en concreto, ha quedado demostrado que el evitar la referencia al autor en el haiku no es una regla inquebrantable, ni obligatoria. y si una situación exige que el autor manifieste su presencia, estamos hasta obligados a reflejarla. Basta con abrir cualquier antología de haikus clásicos para quedar convencido de ello. Santoka, entre otros, es un claro ejemplo: demostró que uno puede hablar de sí mismo con tal humildad que su supuesto egocentrismo al final se revela como un mensaje de máxima universalidad, de máximo desprendimiento del yo y de humanidad. Por otra parte, ya como receptores de una obra artística, si disfrutamos del bello paisaje de un pintor, naturalmente no pensamos en él como persona, pero de alguna forma sí estamos conscientes de su presencia. Aparte de una presencia allí donde no hay ¨estar¨ y ¨no estar¨ y donde todos los seres humanos nos encontramos unidos espiritualmente, el espíritu del autor se hace manifiesto por la simple existencia de un producto artístico. Así como el cuerpo del hombre no es el hombre completo, sino una envoltura del hombre invisible, una obra no es una estampa de la realidad; es la estampa de  un espíritu inspirado que se vale de la realidad para expresarse o, mejor dicho, para transmitir lo que tiene que transmitir. No se puede hablar con propiedad del arte y del haiku en particular desde otra perspectiva que no sea la espiritual, porque sería quedarse corto.
       Tengo la impresión de que, desde una perspectiva social e histórica,  las insistentes advertencias contra la presencia del autor radican en la mala fama que con toda razón se ha ganado el individualismo occidental, ya que - y habrá que reconocerlo - nuestra cultura, que fue capaz de ver la verdera dignidad del hombre, no ha estado a la altura de esta revelación y  en vez de enaltecerlo, ha terminado vulgarizándolo. El espíritu de los tiempos que corren empuja a la ostentación y la agresividad y parece que el mundo no ha existido, no existe y no existirá si no pregonamos a los cuatro vientos nuestra existencia, si no acaparamos, si no dominamos. Por una razón u otra, a partir del Renacimiento la nueva y ennoblecida toma de consciencia del valor el ser humano que lo restituyó en su justo lugar, en el centro del universo creado como criatura especial, ha ido degenerando al expulsar primero a Dios de este mundo a Sus supuestamente lejanos cielos (Descartes), hasta llegar a negarlo definitivamente durante el Siglo de las (así llamadas) Luces. Y a partir de allí como que se abriera la caja de Pandora, revelando un amplio terreno para la ambición, la autosuficiencia y el orgullo humano, a costa de su espíritu, que, al reflejar su origen, es todo delicadeza, paz y humildad. El hombre occidental, como dije, no ha conseguido mantenerse a la altura de su revelación y hoy, en medio de un marasmo de materialismo y decadencia de los valores, no le quedan más que los destellos de aquel majestuoso eclipse. Es lógico y comprensible entonces que para muchos quienes han tenido que sufrir en su piel las consecuencias del individualismo salvaje (que culminó de una forma especialmente triste en las dos guerras mundiales), se hayan hecho atractivas las doctrinas filosóficas, religiosas y filosófico-religiosas provenientes del oriente, cuyo núcleo consiste en la desestimación de la individualidad a favor de la comunidad o de la creación misma (hasta el punto de igualar al hombre a cualquier otra criatura), del vacío, de la despersonificación, así como en el alejamiento de la realidad circundante. Como consecuencia del fracaso de un humanismo secularizado, se ha admitido el desprendimiento del propio ser como algo que genera sentido. Porque el ser ardientemente necesita ser y cuando no lo consigue, admite hasta el no ser para realizarse.
          Sin embargo, el hecho de que  en las centurias posteriores aquella  bella revelación del valor inestimable del hombre haya degenerado en el individualismo no quita ni un ápice de su  fundamental importancia. 
         La aparente total objetividad del haiku atrajo al occidental entre otras cosas, porque parece impactar sin que se note que hay un autor detrás. Pero se cayó en el extremo opuesto al convertirse ello en una condición por influencia de la cosmovisión en medio de la cual nació, y por no comprometer el delicado equilibrio del poema con un ¨yo¨ explícito a la europea. Después de tanta ostentación e instrumentalización del arte, hemos llegado a ver al autor como alguien potencialmente vanidoso.
        Lo mismo se podría decir de la realidad objetiva en el haiku, que, según reza la regla, ¨simplemente¨ tendrá que estar allí para ser registrada.  Nos guste o no, la existencia misma de la realidad ya representa un problema que exige atención y toma de consciencia. La realidad, la existencia  es un misterio; por lo tanto, una pregunta pendiente. El ser humano no puede eludir la pregunta refugiándose en el desconocimiento; еs decir, no puede vivir con la pregunta, sino sólo con una respuesta. Es la forma en la que está hecho. Afirmar que no sabe es ir construyendo un mundo desde la certeza de que no sabe, que al fin y al cabo es otra respuesta. Tampoco puede entronar la realidad sacralizándola, porque sería usurpar poderes que no le corresponden. Desconocido y abrumador no equivale a sagrado. El hecho de que la existencia  le abrume no es causa suficiente para que el hombre se arrodille ante ella y le rinda adoración. Sería indigno. El espíritu es humilde, pero no le es permitido declararse siervo de lo que no es espiritual, y en especial, ante lo que el hombre ha declarado sagrado por el mero hecho de no entenderlo. No permitamos que nuestrа admiración por la majestuosidad de la creación nos lleve a crear un ídolo de ella.
         Si la existencia es una pregunta, habrá una respuesta y no hay otro lugar donde buscarla que no sea allí donde nació: en el corazón del hombre. Si la realidad  existe, existe porque tiene un fin y este fin inexorablemente tiene que ver con el ser humano. En conclusión, no podemos hablar de una realidad objetiva alejada del hombre, porque la realidad, por su mera existencia, exige del hombre una toma de consciencia y una invlucración. El hombre no es una parte orgánica del cosmos debido a su condición espiritual, pero tiene designado su lugar ineludible en él, y por supuesto, es éste el lugar más alto. A continuación ampliaremos un poco más este tema.
        ...Como decía en otro sitio, las vías por las que nos pueden venir los haikus son al menos tres: es el fruto de una percepción inspirada, el fruto de un desarrollo inspirado de un elemento en la realidad y una pura inspiración sin un vínculo evidente con la realidad. Propiamente hablando, los tres son el fruto de una inspiración, aunque se diferencien en el grado de involucración activa del poeta. De todas formas, me permito recordar que casi ningún haiku llega en estado puro, sino que requiere de una depuración y elaboracíon que no es un trabajo técnico, sino espiritual también. A la vista de todo lo anterior podemos concluir una vez más que hablar del haiku como el fruto directo de la contemplación de una realidad alejada del hombre sería cuanto menos inexacto.
        El espíritu (es decir, el hombre mismo) trabaja (en términos espirituales) para captar y elaborar un haiku y la realidad es una especie de lienzo donde el artista proyecta algo que parece idéntico a ella, pero es muy diferente por haber sido ¨marcada¨ por su espíritu. No es que la realidad sea el océano en el que debe diluirse nuestro ¨yo¨, aniquilarse  para ser elevado y ver, sino todo lo contrario: somos nosotros los que, en un estado inspirado,  hablamos de nosotros mismos, con nosotros mismos, entre nosotros y con Dios a través de la realidad. El verdadero océano y el verdadero cosmos es el corazón humano. Y es la presencia o la ausencia de una colaboración entre el espíritu humano y la inspiración divina que se produce en el corazón de una persona con un don de artista  lo que marca la diferencia entre un haiku de verdad y una simple estampa de la realidad. Si no fuera así, si el haiku fuese sólo un reflejo de la realidad, entonces estilos de extrema objetividad como el ultrarrealismo en la pintura, en la prosa y en el cine modernos estarían admirados cuando la verdad es que  no pasan de lo extravagante, no llegando a conmocionar a nadie ni llegarán a hacerlo algún día.
       Cualquier poeta y lector de haikus sabe que hay algo que hace que el haiku lo sea de verdad: el ¨haimi¨, es decir, el ¨alma¨ del poema. Por muy sorprendente que pueda parecerle a alguien, el ¨haimi¨ no surge debido al distanciamiento y el aceptar la realidad ¨tal como es ¨, sino es la esencia destilada de una aproximación activa (en diferentes grados) del espíritu humano a la realidad, provocada y asistida por una inspiración de fuera (figurativamente hablando, porque en términos espirituales no hay dentro y fuera). Creer, al contrario, que sólo un puro registro de las cosas puede producir como por obra de milagro haikus ¨con alma¨ se podría comparar con presionar aleatoriamente el botón de la cámara fotográfica y creer que las fotos resultantes son arte. Fotografía, sí lo son, indudablemente, porque ahí tenemos una estampa de la realidad, pero arte ciertamente que no. Porque, como decíamos, el arte, para nacer, necesita antes que nada de un espíritu, es decir, de un corazón, de una inspiración y de un don. Un corazón que admire, que sufra, que busque. Una inspiración que empuje, que dirija, que revele y que ordene. Y un don, para que e la inspiración pueda dar un fruto digno en el marco de un modo de expresión específico.
       Por lo tanto, para escribir haikus que no sólo sean técnicamente correctos, sino que tengan alma, ¨haimi¨, uno no tiene que dudar ni por un instante de su derecho de recurrir a la realidad para expresarse, aunque fuera bajo la apariencia de un mero registro. Es una autoridad que le confiere la chispa divina en él y la seguridad de haber sido llamado para ello. Al fin y al cabo, precisamente en esta apariencia de total objetividad estriba en gran parte el encanto del haiku. Pero, repetimos, la objetividad no es un fin en sí mismo sino un medio para expresar la vida del espíritu. A través de cada haiku se revela un corazón vivo que palpita y emite ondas transformadoras. Y una inspiración que le anima y asiste. El haimi nace fruto de este soplo misterioso que hace palpitar al corazón humano de una forma única. Si no, sería inexplicable cómo miles de personas pueden ver una misma cosa y sólo una o algunas de ellas sean capaces de articularla en una obra de arte que nos revele a todos algo de nosotros mismos, aunque ese ¨algo¨ no se pueda definir con palabras.
         Consiguientemente, si a pesar de todo hubiera que comparar el haiku con una fotografía, diríamos que el haiku  es una fotografía de un corazón inspirado, la cual fotografía otro corazón inspirado contempla y en cual se reconoce.
       El hombre, que por su naturaleza misma es espiritual, está llamado a comprometerse (que no compenetrarse) con todo lo que ocurre a su alrerededor. Desgraciadamente, debido a nuestra ceguera, muchas veces este contacto con la realidad degenera por una parte, en su instrumentalización y destrucción y por otra, en la objetivación-despersonalización del hombre. Aunque fuera así, creo que ello no justifica el tomar una distancia ¨superreverente¨, hasta el punto de repudiar cualquier iniciativa creativa y quedarnos sólo con el intento (porque es innatural) de una actitud pasiva de simple registro. Si comparáramos al haijín a un pintor o a un escultor, el artista cuida y hasta le encanta su indumentaria, o el olor a pintura o a arcilla, pero no se queda admirado ante ellos, sino los usa para crear. En la paleta del poeta están las palabras, palabras portadoras de sentido; denominadoras, pero también generadoras de realidad y él no se queda admirándolas fuera de su contexto, sino las usa para expresarse utilizando la realidad, y quizá precísamente porque han sido muchos quienes han abusado de ella. Si por nuestra condición de seres espirituales hemos sido llamados a ser dueños del mundo creado, pues seamos buenos dueños: responsables y humildes,  pero no unos puristas artificiosos. Por no conocer el fin, no acabemos adorando el medio, el camino, porque ciertamente no es lo que hay que adorar. Si alguien nos enseña la luna, no adoremos el dedo; pero tampoco adoremos la luna, sino expresémonos, revelémonos a través de ella. En sí misma, la luna no dice nada, pero nosotros sí podemos descubrir muchas cosas y mostrar muchas cosas al mundo si trascendemos a través de esta criatura. Podemos hablar a través de la luna, del campo, del ave, del río; que no nos quepa la menor duda. Podemos y tenemos el derecho a hacerlo sin temer a ser irreverentes. Esta es la verdadera reverencia, el estar involucrado. La realidad creada es un lenguaje que tenemos que aprender y usar si no queremos convertirnos en unos eternos caminantes quienes, tras toda una vida de caminar, al final descubran que han estado caminando en círculo sin saberlo. 
      Distanciarse de las cosas no excluye la participación, porque si no, sería estéril. La contemplación no es un total aquietamiento del espíritu; es trabajo del espíritu desde lo oculto; no es recibir mensajes de una realidad inanimada (porque es imposible), ni animada (porque no lo es), sino recibir inspiraciones desde Quien ha depositado el espíritu en todo hombre; mensajes que articulamos a través de la realidad. Aquietarse es dar paso a las inspiraciones para que sustituyan el incesante desvarío del ego  y, moviendo al espíritu humano,  hagan su trabajo.
       Cualquier enfoque del acto creativo que, por una parte eluda o subestime el problema del autor como ser humano y por otra, no problematice la realidad  manteniéndose(la) sólo a una, como se dice, ¨reverente¨ distancia es, a mi modo de ver, incompleta. Da la impresión de estar afirmando que las cosas nacen por sí mismas, como de la nada, о como mucho, que son fruto de un sentimiento provocado por la observación, sin mencionar la existencia de una chispa divina en el artista, de  la inspiración poética que es infusa, de su involucración en el acto creativo y del derecho que tiene de modificar la realidad para presentarla en una forma única, estampada por su espíritu. Pienso que reducir el acto creativo a una simple reacción a un mensaje sin un remitente con individualidad y espíritu no consigue expresar qué es lo que realmente ocurre allí entre hombre y realidad para que nazca un haiku. Porque es el espíritu y sólo el espíritu quien, al fin y al cabo, da vida y da fisonomía en el sentido verdadero de la palabra y quien hace posibles los milagros o lo que nosotros, los limitados seres humanos, llamamos milagros. Sin la consciencia clara de la existencia y del absoluto protagonismo del espíritu las mismas palabas que utilizamos para describir el acto creativo acaban escapándose de su propio significado y prestándose a usos e interpretaciones superficiales y oportunistas.
           La realidad, como dije (aquí y en un artículo anterior) es un lenguaje. Hasta ahora he estado enfocando sólo una parte del proceso (mejor dicho, ¨enfocando el proceso parcialmente¨), es decir el haiku visto como una expresión del ser humano a través de la realidad. Pero allí está lo otro, lo más importante, que no es sólo expresarse, ni siquiera sólo conocerse, sino comunicarse con Quien ha creado la realidad. Es El Quien manda las inspiraciones para que el hombre ¨aprenda realidad¨, expresándose a través de ella. El Creador  hace lo mismo: se expresa a través de la realidad y nos ayuda a que captemos el mensaje, un mensaje de amor y aceptación. Porque El al fin y al cabo, ha creado tanto la realidad como al hombre... No puedo evitar hablar de ello, aunque sé que a muchos les parecería fuera de lugar, porque no están acostumbrados a este modo de ver las cosas. Pero es así. Si me lo ahorrase, mi exposición quedaría privada de lo más importante y mermaría la verdad. Hay que ir hasta el fondo de las cosas.
         El hombre crea, el hombre se expresa, el hombre conoce creando y expresándose; y Dios ayuda, se revela tanto en este proceso como a través de la realidad misma y espera que abramos el corazón para luego abrirnoslo El como es debido. Y la realidad es el lenguaje. Por eso decía que el haiku es una estampa del espíritu del hombre. Ahora es el momento de añadir también que es una estampa de un mensaje proveniente del Creador que con Su ayuda hemos captado en la realidad. Y completar añadiendo esto último a todo lo que se ha dicho arriba, es decir, que en el haiku se da esta maravillosa cofluencia entre un espíritu humano que contempla a Dios en la realidad y el mismo espíritu ¨hablando¨ a través de la realidad; en ambos casos, movido por el espítu del Creador. Hemos ampliado la perspectiva y hemos mostrado el justo lugar de la realidad en este diálogo amoroso entre el ser humano y su Creador. Dicho en otra palabras, hemos empezado un proceso de corrección transferiendo el énfasis desde la realidad al hombre; y una vez lo hayamos hecho y cobrado consciencia de la primacía del hombre,  hemos vuelto a enfocar la realidad desde esta nueva y más alta perspectiva.  Sin embargo, tampoco nos hemos quedado allí, sino hemos ido más allá del hombre hacia Dios, viendo la realidad como un lenguaje divino, a través del cual Dios quiere comunicarse con nosotros. Así como no nos podíamos haber quedado en la idea del haiku como un reflejo pasivo de la realidad (la causa inicial de este trabajo), de la misma forma hubiera sido un planteamiento harto sesgado el habernos quedado en la idea del haiku como un reflejo inspirado del corazón humano a través de la realidad y habernos callado de la Fuente de todo: de la relaidad, del hombre, de las inspiraciónes, de los dones y, fnalmente, de los haikus también. Ahora, creo, el cuadro está completo. 
            El haiku no se escribe en ausencia del hombre, sino a través del hombre y con la colaboración del hombre...al fin y al cabo, para el hombre, siendo la realidad un lenguaje espiritual que generamos al abrirnos a la inspiración divina.
             
         En conclusión diría que está abocado al fracaso el tratar de cualquier asunto relativo al ser humano (y en particular, la creación artística) con las débiles herramientas del hombre occidental, heredero de la renuncia a la espiritualidad que sus antepasados hicieron en su día.  Es inútl hablar de haiku desde una perspectiva filosófica, estética, psicológica, social, emocional o repitiendo mecánicamente a los antiguos del haiku. Esto no le otorgará sustancia a nuestro discurso, sino que hace todavía más patente nuestra miseria. La verdad es que hemos destronado el alma y hemos entronado la razón y algo amorfo que no sé cómo se podría denominar; o, en el mejor de los casos, un humanismo secularizado. Y desde allí queremos ser místicos. No puede ser. Lo único que pueden la razón y los sentimientos, de los cuales hoy en día esperamos todas las respuestas, es producir espejismos y más espejismos.
        

02.04.2011
Konstantin (Constantino) Dimitrov
Miembro de la Fundación Internacional del Haiku, Tokio, Japón
Todos los derechos están reservados





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