jueves, 17 de noviembre de 2011

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 CUIDAR EL CORAZÓN
 (Sobre los límites del arte)



¡Una vieja pisoteando
un cuadro de Cristo
mientras recita el Nembutsu!

Shuchiku
        
    

         Dando lo mejor de sí, intento ensanchar mi mente para no juzgar con precipitación y me pregunto si pisotear la imagen de alguien realmente  podría ser un objeto artístico digno de ser presentado, valorado y disfrutado; y si al fin y al cabo no sería una muestra de libertad artística, a pesar de su brutalidad.   
         Pero es un esfuerzo inútil: el sentido común y el sentimiento de malestar  invariablemente apuntan a lo mismo. Y aquí es irrelevante el que uno sea creyente o no, o que se trate de una escena común durante el período de persecuciones religiosas en Japón entre 1628 y 1857: la imagen me parece tan obscena y grotesca que más bien revela justo lo contrario; es decir, lo que el arte no es y lo que no puede ser llamado libertad  artística. 
        ¨Espeluznante¨, ¨obsceno¨ así califica  Vicente Haya este ¨senryu¨, aunque no llegue a descartarlo en sus selecciones (*) (ver apartado  ¨Diferencias entre haiku y senryu¨). 

         ...Como bien sabemos, cualquier imagen, visual o creada en la imaginación a través de la palabra, queda estampada en la mente, pudiendo ejercer una influencia destructiva, o al contrario, beneficiosa, como creo que ocurre en el caso de los haikus ¨de ley¨. Es un hecho que no debemos subvalorar cuando se nos presenta una escena tan agresiva como la que estamos tratando, especialmente si incluye la profanación de imágenes sagradas. Y es justo este daño que pueden causar las palabras al ser empleadas arbitrariamente, el que me obliga a compartir los pensamientos y sentimientos que esas tres líneas han provocado en mí
          Salvando, sin embargo, las buenas intenciones de la autora, cuyos motivos es imposible valorar, quisiera expresar en qué creo que consiste el engaño de este....senryu; es decir, por qué creo que aparenta algo positivo y noble (e.d. que es una denuncia de la persecución religiosa), siendo en realidad algo repulsivo y digno de reprobación. A primera vista, parece que queda mal parada aquella vieja mujer, puesto que realiza el acto; luego, que es el gobierno opresor, por obligar a sus súbditos a dar una tal horrenda prueba de lealtad. Pero la escena descarnada de una vieja pisoteando, en pleno frenesí, la imagen de un ser humano (y no un ser humano cualquiera, sino de Cristo) - y no sólo eso, sino para rematar lo absurdo de la escena, recitando una oración budista - elimina automáticamente cualquier posibilidad de que el escrito haya nacido de una pura indignación y justa denuncia social, o al menos, que las haya podido expresar adecuadamente. 
         Algunos insistirán, con toda su buena voluntad: ¿Y si de esta manera, aun no convencional, la autora ha querido expresar su compasión por las víctimas, intentando a la vez suscitar compasión en los demás? Como dije, esto es posible; no dudo en las buenas intenciones de nadie. Sin embargo, si realmente es así, no parece esta la mejor forma de haberlo hecho, ya que no sólo la escena en sí es brutal, sino que en realidad aquella anciana no fue una víctima, sino una colaboradora del régimen que no se contentaba con pisotear la imagen de Cristo, sino que lo hacía con deleite, refirmándose en  su ¨ortodoxia¨ al recitar el Nembutsu. Así es como lo interpreta también Vicente Haya: ¨...la anciana no se conforma con pisotearlo tal como se le había pedido, sino da prueba de ser una buena budista recitando el Nembutsu¨ (ibid.).
        Es decir, a todas luces la autora ha buscado lo grotesco y lo impactante deliberadamente, como un fin en sí mismo, y ha acabado por descalificar este escrito no sólo como obra de arte, no sólo como una denuncia social, sino también como posible llamamiento a la misericordia. 
        Creo que el intentar suscitar sentimientos y actitudes en los demás a través de  ¨descargas de alto voltaje¨ no pertenece al inventario del arte. Es cosa de la propaganda; mientras que el arte es libre de intención, aun de una intención educativa o liberadora. Como el amor, nos hace mejores y más libres, pero por lo que es y no porque el autor haya querido que lo seamos.
         
        El arte es amor. Y donde hay amor, por definición hay libertad y hay respeto. 
        
     ...Volvamos, sin embargo, al objeto de este estudio. En mi opinión, un mal (en este caso, la persecución religiosa) no puede ser combatido con otro mal, el impudor. Es como describir con todo lujo de detalles una violación para supuestamente denunciar al violador. Sí se puede hacer ante los forenses, ante un juzgado, se puede hacer ante una persona de máxima confianza, pero sería repulsivo contárselos a todos los vecinos o, digamos, componer y dedicarse a cantar una canción ¨de protesta¨con los pormenores del crimen.
          Pasando por alto el hecho de que pisotear la imagen de un ser humano es de por sí repugnante y centrándonos en Jesucristo, entiendo que en Japón, sobre todo hace dos siglos, no pueden haber tenido la misma percepción de la figura de Jesús que la que tenemos hoy y hasta entre nosotros también existen grandes diferencias al respecto. Y que lo más probable para el autor esto habrá sido un episodio social de implicación ética menor y la forma de reflejarlo, aceptable en su época y cultura. 
           Pero me parece que el hombre de hoy, con todo el conocimiento y trágica historia a sus espaldas, sobre todo durante el siglo pasado, tiene menos excusa para  no darse cuenta y adoptar una postura clara e intransigente al respecto. En mi opinión, unas  imágenes que, como hemos dicho, por su falta de humanidad pertenecen más bien a la propaganda que al arte,  no deberían tener acceso a nuestro interior. 
          Además, con sólo presentar a la mente del lector algo así de obsceno se le está haciendo un gran daño: sea porque por inocencia o insensibilidad lo acepte como algo dentro de lo normal, sea porque hiera su sentido de decencia, sea, en fin, por poder provocar en él una reacción desmesurada y violenta. Porque lo bajo se nutre del escándalo; lo que más teme es que no se le note. 
          Creo que cualquiera se indignaría si alguien escribiese el mismo ¨senryu¨ donde pisoteen el retrato de un familiar querido, y que el arte sería lo último en lo que pensaría en aquel momento. ¿Por qué? Pues porque hay cosas que simplemente no se pueden hacer. 
          El respeto a una persona se revela en la manera de tratar su cuerpo, su tiempo, su espacio personal, sus cosas y entre ellas, de una forma especial, su ropa. Y sin lugar a dudas, su imagen. Si alguien profanara una imagen o el cuerpo de un ser querido, por puro pudor cualquiera sufriría que se vaya difundiendo por allí con todo lujo de detalles, aunque luego resulte haber sido obra de un deficiente mental, de un criminal o de alguien obligado por un criminal. Y tendrá todo el derecho a reaccionar, intentando defender su dignidad.
          Tristemente, este ¨senryu¨ no describe a un mártir que pierde su vida por no haber abjurado de su fe, ni el arrepentimiento del renegado, ni tampoco, en fin, la conversión de un verdugo en perseguido a estilo de san Pablo, que a mi parecer, sí hubieran hecho honor al mar de sufrimiento que han padecido las víctimas de todas las persecuciones religiosas durante la historia humana.
          A cambio, consciente o inconscientemente (admito que es más bien lo segundo), bajo una apariencia artística, se ha hecho una caricatura de millones de muertes inocentes. Porque por las persecuciones religiosas de cualquier  índole han corrido ríos de sangre y lágrimas, y de ello no se puede hacer ningún chiste. Ni qué decir de las bromas ambiguas con Jesucristo, quien no le había hecho nada a nadie; más aún, fue crucificado siendo inocente.
         Todo ello me llena de tristeza. Porque no podemos permitirnos el lujo de olvidarnos que todos sin excepción estamos sujetos al imperio de los valores morales. Desprenderse de ellos so pretexto de objetividad es la otra cara del cinismo y relativizarlos nunca ha traído libertad, sino esclavitud. En este sentido, la blasfemia* sigue siendo un suicidio espiritual, se crea o no se crea en Dios. Opino que el arte auténtico, el que realmente perdura y ennoblece a todos, es humano, es fiel a la belleza y a la verdad. Es libre, pero es reverente a la vez. Por ello conjuga tan bien con el corazón. El blasfemar, el distorsionar lo bello, el desafiar los límites de lo decente, el levantar morbosamente el velo de la parte oscura de nuestra existencia, independientemente de las razones que se den, no puede hacerse sin exponer al peligro nuestro corazón. 
        Afortunadamente, muchos se han dado cuenta a tiempo y han fijado sólidos fundamentos morales y espirituales a su obra artística, cosa que inevitablemente ha potenciado su valor estético e intelectual.



 Konstantin (Constantino) Dimitrov (c)

Otros artículos: (aquí)

Fuente de la imagen: Toldt, Atlás de Anatomía, Tomo II, Edición rusa de la Asociación ¨Vrach¨, Berlín, 1921, pag. 562.


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Diccionario de la RAE:

blasfemia (del lat. blasphemĭa, y este del gr. βλασφημία):

1. Palabra injuriosa contra Dios, la Virgen o los santos.
2. Palabra gravemente injuriosa contra alguien




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