lunes, 24 de enero de 2011








 Imagen: Constantino Dimitrov (c)



HABLAR EN HAIKU
(Apuntes sobre la esencia espiritual del haiku)


        Un haiku no es una observación, ni una estampa, ni un hallazgo; es una profecía. Habla en el lenguaje del alma y no en el lenguaje del mundo fenomenológico, aunque así pueda parecer a primera vista. Las criaturas encuentran su lugar adecuado en el haiku sólo en cuanto cumplen con su esencia de portador de un mensaje espiritual.        
         El mundo puede ser visto como objeto; en cambio, la palabra, no. La palabra no es una criatura que sólo trasmite significados, sino que está misteriosamente cargada de nuestro ser; es decir, de nuestro espíritu. Consiguientemente, lo mismo se aplica al haiku.     
         El hombre participa del mundo de las criaturas sólo con su cuerpo; en cuanto a todo lo demás, es puro espíritu. Es el único que puede tomar consciencia de su corta vida terrenal, de la existencia de  las criaturas y de sí mismo; el único capaz de captar la gran sinfonía de la creación y los abismos contenidos en cualquier cosa, por minúsucula e insignificante que parezca. Es el único que siente el dolor de la existencia y se estremece ante su misterio. El único capaz de tener la revelación de que no sabe nada y tener la esperanza de conocer algo. El único capaz de intuir que es una mezcla de miseria y grandeza. Por ello en el haiku el hombre se vale de las criaturas, con pleno derecho pero con humildad,  para expresar sus búsquedas y plasmar sus revelaciones. Se acerca a las criaturas no para encontrarse a sí mismo en ellas - aunque, debido a la degradación de la que es víctima, a menudo se busca allí - sino para constituirlas en palabras para un diálogo consigo mismo, con los demás y con su Creador. El hombre no podría verse reflejado en las criaturas, simplemente porque es el único quien tiene espíritu; aparte de Quien le creó, a él y a todo lo demás. Las criaturas como tales no pueden decirle nada al alma de ella misma, porque el alma es espiritual y ellas, no.       
       Las criaturas, como se ha dicho,  son las palabras de este lenguaje espiritual; un lenguaje de búsqueda, de revelación y comunicación. Pueden llegar a siginficar algo únicamente si pasan por el coladero del espíritu humano.       
       En otras palabras, el hombre no alcanza la meta de su existencia, que es la plenitud, mediante el desprendimiento de sí mismo y asimilación a la realidad objetiva. Es un intento de sustiur el ser por algo que no tiene ser y por lo tanto, es una meta utópica. El hombre es espiritual por defincíón;  sólo puede identificarse y unirse con lo espiritual. Únicamente el cuerpo es material y forma parte de la vida natural, llegando a fundirse por completo con el universo creado tras la hora de la muerte.
        La trampa del deseo de desprenderse uno de sí mismo para escapar del egocentrismo y así conseguir la plenitud estriba en el confundir el ¨yo¨ con el ¨ego¨. El ¨yo¨ es lo divino en el hombre, el hombre verdadero, es decir, vivo y pleno. En cambio, el ego es el ¨yo¨ falso, impuesto, que nos centra en nosotros mismos o como mucho, en la comunidad, pero siempre prescindiendo del Creador.
        El tachar el ¨yo¨ de ¨ego¨ nos lleva a buscar la respuesta sobre nuestra identidad no en la eternidad sino dentro del estrecho paradigma espaciotemporal, en el mundo de las criaturas. No conociendo nuestro verdadero valor, intentamos escaparnos fuera de nosotros, a la realidad, en búsqueda de una imposible unión con ella, sin darnos cuenta que la realidad es sólo el medio a través del cual el Creador desea comunicarse con nosotros y a la que estamos llamados a articular.        Dios no despersonaliza, sino que nos da ser; purifica, vivifica y plenifica, curándonos de la lepra del ego.
        Es evidente entonces que el camino hacia la plenitud es el contrario al de la despersonalización:  el hombre, portador de la chispa divina - aparte, evidentemente, de su miseria -  ¨unge¨ la realidad con significado. Es un acto al que está autorizado por su condición de imagen y semejanza de Dios. Al fin y al cabo, es al hombre a quien le fue otorgada la potestad de darles nombre a las cosas y gobernarlas con cariño.
        El haiku no se escribe aparte del hombre, sino desde el hombre. La realidad sigue siendo aparentemente independiente, pero ya está ¨atrapada¨ por el hombre e integrada en el universo de forma plena (porque no lo está sin la participación del hombre). Por su parte, el hombre prosigue hacia su plenitud habiendo adquirido un lenguaje que supera el discurso lógico y metafórico y que le permite trascender lo visible, lo emocional y lo racional y situarse en lo espiritual. El objetivo último: mediante un discurso trascedental, consigo mismo y con los demás, abrirse gradualmente a Dios para conocerlo y llegar a comunicarse con Él.
        Sin embargo, el proceso tiene dos vertientes. Generar este lenguaje espiritual no es un acto voluntarista del hombre. Propiamente hablando, es Dios Quien ¨se lo sopla¨a través de la realidad, esperando del hombre únicamente que sea humilde. Todo lo demás: la realidad misma,  talento, capacidad de observación, la riqueza léxica y asociativa, sentido de lo humano y lo sagrado, amor a la creación, sencillez, sentido estético, etc. es un regalo. Se puede dar o no. Se puede dar en el principio y luego retirar, o en otro momento y mantenerse para siempre. Se puede perfeccionar hasta llegar a mucho partiendo de poco y puede que nunca se registre un avance. No depende de nosotros. Ni sabemos nada de él...
       Otro don que nos podrá venir a través de la humildad es el saber saborear los haikus, que es idéntico al saber escribirlos. El que recibe este don tendría que dar gracias por ello, igual que el escribe haikus. Porque el haiku, más que como un anunciado de un hombre a otro, hay que verlo en su esencia profunda, es decir, como un mensaje de lo alto, articulado a través de la realidad objetiva. Es una profecía; y nadie tiene el mérito de una profecía salvo Aquel de Quien proviene... Por supuesto, ello no elimina la obligación de aplicarse en este camino para, si se tene el don, llegar a escribir haikus auténticos.    
     ...En algunos, el  proceso de maduración en humildad y en toma de consciencia de Dios podría encontrarse en un etapa inferior, y en otros, en uno avanzado. En cualquier caso, la calidad artística de sus creaciones o la capacidad de saborear las creaciones ajenas no tiene por qué corresponderse al etapa de desarrollo en el que se encuetra cada uno. No es nada sorprendente que a veces las creaciones superen el nivel de consciencia espiritual de su autor. Porque al fin y al cabo, se trata de un don de lo alto. La capacidad de admiración por lo bello es universal y siempre ha habido gente que han tenido el don de verterla en arte. 
      ...El universo en sí es mudo. Los que hablan son Dios y el hombre, y el universo es el hermoso lenguaje de la búsqueda del hombre a sí mismo y a su Creador...y del diálogo amoroso entre ambos tras haberse encontrado.
       
   ...A Dios le encanta hablar con nosotros en haiku.



24.01.2011

Constantino Dimitrov
Miembro de la Fundación Internacional del Haiku, Tokio, Japón

Otros escritos: (*)


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Todos los derechos están reservados. Para contactos: constantino.dimitrov@gmail.com

3 comentarios:

  1. Sin palabras... que puede ser lo mismo que ausencia de diálogo, es decir, falta de comunicación y, por lo tanto, muerte...

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  2. Konstantin, estos apuntes son toda una filosofía.

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  3. Muy interesante Konstantin. Gracias por la reflexión.
    Al leerte no he podido evitar acordarme del pasaje bíblico en el que Él le habla a Elías. No con el vendaval, el fuego o el terremoto. Sino con un silbo apacible y delicado. Y allí estaba Él. Y su voz.

    Un abrazo

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