FotografÍa: C.D. (c)
EL HAIKU: MODO DE EMPLEO
(Reflexiones sobre la aproximación al haiku)
Amicus quidem Socrates sed magis amica veritas.
Plato
En los últimos años, como consecuencia de la ola de interés por el haiku japonés, está creciendo exponencialmente el cuerpo de literatura que se esfuerza no sólo por definir el fenómeno del haiku, sino por promoverlo como una especie de vía capaz de liberarnos de los males modernos y elevarnos a estados superiores de la existencia. Me permito discrepar con esta tendencia: aunque, sin duda alguna, el haiku puede ser altamente envolvente y sugestivo, de ello no se desprende que automáticamente nos vaya a transportar al camino del perfeccionamiento personal.
Es harto conocido el anhelo del ser humano de ¨domesticar¨ cualquier fenómeno de la realidad circundante y de la existencia en general. Y cuanto más alto, incomprensible y misterioso aquello que se le presenta, el hombre, en vez de permanecer callado y rendirse reverentemente ante lo inexpresable, multiplica las palabras y trata de encasillarlo; peor aún: de asignarle una utilidad.
En este sentido, definir el haiku como un camino espiritual sería como mínimo inexacto, ya que da por supuesto que se conoce quién emprende el camino, qué es el espíritu y, finalmente, qué es la realidad: tres abismos los cuales estamos abocados a nunca conocer por nosotros mismos. Por otro lado, la afirmación que el haiku es un camino espiritual contradice la esencia misma del haiku, que es apersonal. Una búsqueda espritual exige un grado de tensión existencial que el haiku no puede proporcionar por su desprendimiento de cualquier vinculación y compromiso, sea con el ser humano, sea con la realidad, sea con valores, sea con un mensaje explícito, sea, al fin, con un resultado. Al no tratar explícitamente del destino del ser humano, al carecer de una dimensión moral el haiku, lógicamente, no puede guiarnos en el crecimiento espiritual.
Por lo tanto, sería contradictorio proponer un camino espiritual sin una espiritualidad del hombre еxpresamente reconocida y además, utilizando una herramienta para crecer (repito, en algo desconocido) que no enfoca al hombre; mejor dicho, que no le otorga un valor especial.
Para hablar con propiedad de crecimiento espiritual hemos de ser conscientes y convencidos primero, de la existencia del espíritu humano (mejor dicho, de que el ser humano es un espíritu encarnado); segundo, de nuestra carencia, o como mínimo, insuficiencia de vida espiritual; tercero, querer conocernos espiritualmente; cuarto, estar dispuestos a trascender la realidad visible y finalmente, tener una noción clara de la meta a alcanzar. Son todo cosas que el haiku no tiene articuladas conceptualmente y se encuentran lejos de su esencia. En dos palabras: el haiku no es una doctrina religiosa.
Lo que se ocupa expresamente del progreso del espíritu es la religión y no la poesía. La religión es poética, eso, sí, pero la poesía no puede ser una religión, a pesar de la prodigiosa capacidad del hombre de fabricarse religiones de lo que sea, como, creo, ocurre en el caso que nos ocupa. Por otra parte, la religión debería entenderse no como algo cerrado, mecánico, sino como un vivo flujo espiritual que podría perfectamente valerse del canal de la poesía para sus fines ennoblecedores.
Lo que quizá produce la ilusión de que el haiku, o el arte en general, sea la panacea espiritual para el hombre moderno es la desertificación espiritual que está sufirendo, especialmente en Occidente. Contrastado con el ella, el haiku ofrece un agradable frescor, un descanso, un bello trino, un dulce rumor, un vislumbre de otros mundos, etc. que, sin embargo, no pueden por sí mismos satisfacer la profunda sed de sentido que quema las entrañas del hombre de hoy; una sed que él intenta saciar agarrándose a lo que se le ponga delante, para luego invertir en ello sus mejores energías.
El arte en sí no puede ser convertido en un objeto de adoración; lo cual, por supuesto, no niega el poder ennoblecedor que indudablemente posee. Quien crea se hace copartícipe de la creación del universo y ello es un acto enormemente digno, con muchas consecuencias benéficas para todos. Aquello contra lo que quisiera advertir, sin embargo, es de esa tendencia generalizada de promover el arte, y el haiku en particular, como el non plus ultra de la espiritualidad humana.
Supongo que hablar del haiku en términos terapéutico-espirituales muchas veces revela un sincero y natural deseo de purificación, de elevación y de defensa contra las amenazas de unos tiempos vulgares y materialistas; otras veces, quizá, una inconsciente ansia de huir de los propios demonios, la cual, sobreproyectada en los males de la modernidad, ha derivado en una fervorosa confianza en las artes, filosofías, ejercicios y dietas orientales.
Sin embargo, el haiku en absoluto es una ¨dieta¨, un ¨método¨ o una ¨técnica¨ para alcanzar ¨la salud¨ espiritual.
Avanzar espiritualmente sin una doctrina religiosa, basándose sólo en en manifestaciones del espíritu tales como el arte, puede parecer muy bello, pero es una utopía. Evidentemente, la religión reducida a una doctrina es una religión muerta, pero una religion sin doctrina, también. Tampoco tiene una respuesta para el espíritu la doctrina sin religión como las filosofías trascendentalistas y las quasi-religiosas que muchos intentan, como hemos señalado en varios estudios nuestros, identificar con el haiku.
Si la meta última de un ser humano es alcanzar la plenitud y vivir sus más altos ideales de amor y unión, ello no se puede conseguir ¨practicando¨ el haiku. La plenitud no puede ser su meta, simplemente porque el haiku no tiene ninguna meta; y un camino sin meta no es un camino. Escribir haiku es, por así decirlo, registrar, testimoniar artísticamente sobre algo ¨que está allí¨ y que se intuye importante para nuestra existencia. Lo demás, como diría un príncipe danés, es silencio.
El haiku produce sus frutos, indudablemente, pero son unos frutos misteriosos cuya cantidad, calidad y efecto no conoceremos. Y ello está bien, ya que sólo la tierra de la aproximación libre al haiku, sin ideas preconcebidas ni expectativas impuestas, puede producir un fruto libre, totalmente acorde a la esencia del ser humano.
Pero, a pesar de ello, ¿podemos ir tan lejos como para afirmar que el haiku, o el arte en general, nos hace cada vez ¨mejores¨, ¨nos purifica¨ y ¨nos hace volver a la inocencia primordial¨? ¿Puede el arte provocar una profunda catarsis personal, tal como se nos promete con el haiku? Opino que no. Sin embargo, ello no descarta que tenga una influencia altamente benéfica en el alma, aunque no sabemos ni cuánta, ni cómo se produce, ni a quién influye y a quién, no. Una cosa está clara: sus efectos, cuando los hay, son misteriosos, encontrándose al margen de cualquier idea preconcebida con sus metas y expectativas.
El haiku ¨se recibe¨ más que ¨se busca¨; ¨se padece¨ más que ¨se crea¨. Es eminentemente recepción pasiva y no el fruto de una iniciativa por parte de nosotros, por muy bienintencionada que sea. Y, si hablamos del ser humano como de un espíritu, esta recepción no puede provenir de la realidad objetiva, sino únicamente de otro espíritu. Esto es el haiku: una in-spiración, una in-fusión misteriosa de un espíritu a otro, materializada en una minúscula poesía, donde la realidad objetiva es sólo el pretexto, la que proporciona un lenguaje y una estructura: únicamente eso, ya que lo espiritual supera infinitamente lo material y lo visible.
En este sentido, todo el existir de la realidad objetiva, la clave, por así decirlo, de toda su inconcebible variedad, dinamismo e historia está codificada en el ser humano. Y es lo menos que él puede contener en sí. Lo que hace la inspiración es ¨avivar¨ esta realidad interior, para lo que puede servirse (o no) de la exterior.
No nos agitemos en exceso entonces: el haiku es un bello y misterioso fruto de una inspiración, pero no puede ser por sí un ¨camino¨ de transformación radical del ser humano. Además, si hablamos de un proceso tampoco hay que "ir" a ninguna parte: todo está dentro de nosotros, ya que para el espíritu no existe ¨aquí¨ y ¨allá¨, ¨dentro¨ y ¨fuera¨.
La vida espiritual se rige por unas leyes diferentes de la corporal, donde a base de ejercicio y dieta se consigue un cuerpo más robusto. He por qué, aunque al leer o crear haikus lleguemos a experimentar un gozo, una sensación de verdad, de avance, incluso de cierto éxtasis, ello no es un indicio de que nos hayamos adentrado en la dimensión espiritual de la existencia siquiera, ni qué decir de estar ya andando por el camino del progreso espiritual. Por otra parte, no se observa que el pueblo que inventó y ha practicado el haiku de forma masiva desde hace siglos esté más avanzado espiritualmente que los pueblos que acaban de descubrirlo o que nunca lo han practicado. O que los ¨padres del haiku¨ representan un modelo espiritual para el hombre contemporáneo más que los grandes espirituales del Occidente que, por supuesto, nunca lo conocieron (y a quienes, dicho sea de paso, el occidental de hoy ha relegado al olvido).
Por tanto es harto recomendable dejar el haiku en paz y disfrutarlo en simplicidad, sin atribuirle metas y poderes que, en mi opinión, están fuera de su alcance.
Gracias por la entrada Constantino.
ResponderEliminar_/\_
Ummm qué interesante Constantino. Siempre es un placer leerte. Y un estímulo para la mente.
ResponderEliminarMuchas gracias
ResponderEliminarEl placer es mío. Muchas gracias a vosotros.
Hay que proteger al misterio de la pragmatización. Y reconocerle al idealismo su valor, pero también mostrar que a veces promueve como una solución existencial cosas que, aun siendo maravillosas en sí, no pueden ser la solución.
Un saludo,
Constantino
6 de agosto de 2013 00:46
Gracias, Konstantin, por estas palabras esclarecedoras. Hay que aprender a ver el haiku verdadero, ese es el auténtico camino.
ResponderEliminarUn abrazo.